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Reflejos (1ra Parte)




En mi país la belleza no es algo ligero, la gente se toma muy en serio estos certámenes y concursos en todos los niveles cronológicos y estratos de la sociedad, las niñas desde jóvenes practican las “Mejores respuestas” por si algún día les toca decir que lo que más anhelan es “La paz mundial”. Normalmente en los concursos internos de los salones de primaria o de cualquier nivel del sector educativo, siempre que se debe escoger a la representante del salón para el concurso de belleza del colegio, hay ocho, diez y hasta más participantes y cualquiera de esas participantes que sea seleccionada, podría ganar el concurso general; lo que quiero decir es que todas son lindas, lo cual hace que los compañeros varones; que son los encargados de escoger a las “Reinas”, estén en grandes aprietos.

En un sector montañoso del orientes de mi país, en  mi pequeño pueblo, hay un dicho muy popular y conocido, que normalmente le hace mucha gracia a todos los que están cerca para escucharlo; cuando a alguien le tocaba la peor parte de algo o tenía muchos problemas muy seguido, se le decía: “Estas bailando una pieza con la fea” o “Te tocó bailar con la fea” “Bailaste toda la noche con la fea”.

De niña escuché cientos de veces esta expresión y al igual que todos, me reí a carcajadas por la suerte del pobre individuo que estaba “bailando con la fea”.

Por un momento trataré de ponerme en tu lugar y te diré exactamente lo que está pasando por tu mente, ¿lo intentamos?; No es difícil para mí asumir que en este momento estarás pensado que pasé por muchos problemas, por situaciones difíciles que tuve una suerte terriblemente mala y que mis palabras serán de ánimo porque logre sobreponerme a experiencias trágicas donde me tocó bailar con la más fea; pero vamos a ver qué opinas al final del relato.

Estaba cumpliendo exactamente 16 años un frío y nublado domingo de octubre, el día pese al clima, debía ser de júbilo, de alegría y celebración pues la niña de casa había pasado a ser grande. En el momento que abrí mis ojos, desperté llena de regalos, flores y globos con los que habían decorado mi habitación; en una silla, observé un vestido blanco hermoso con el que se suponía iría a la iglesia, zapatos plateados y una especie de gargantilla con la que adornaría mi cuello cumpleañero. Me levanté corriendo como si mi vida dependiera de ello, con el corazón acelerado, la respiración entrecortada y dando los pasos más largos que podía, y al mejor estilo de cenicienta o cualquiera de los cuentos que me contaban cuando niña, tomé el vestido y bailé con él por unos segundos; aunque no había música en la habitación, en mi corazón estaba sonando una orquesta celestial y podía escucharla, entiendo que fue el Señor haciendo emotivo e inolvidable ese momento debido a lo que pasaría después.

Como todos los domingos en la mañana, mamá tocó la puerta de mi habitación y con voz apurada me dijo: “Hija date prisa, que vamos a llegar tarde”, así que puse manos a la obra, entré a asearme para luego ponerme mi hermoso vestido; iba a ser un día importante, desde hacía unas semanas estaba ensayando una canción para cantarla en agradecimiento al Señor, por permitirme cumplir años de vida y por haberme dado una voz hermosa, que todos llamaban prodigio.

El momento lo recuerdo como si fue ayer, aunque han pasado ya muchos años,  luego de poner mi vestido sobre mi cuerpo, con mucha dificultad, intenté cerrarlo; los latidos de mi corazón aumentaban al darme cuenta que no podía hacerlo, en ese momento se empezó a escuchar movimiento fuera de mi habitación, que me hacía ver que ya todos estaban casi listos. Desde ese momento todo fue una cadena de acontecimientos traumáticos y terriblemente tristes para mí. Forcé el vestido para que pudiera cerrar y lo rompí, me agache para recoger la pieza del cierre que se me había caído y se rasgó la tela, me di vueltas preocupada para ver qué había pasado con la tela del vestido y me resbale, me golpeé la cabeza con el borde de la silla y me rompí la frente. Mi vestido que era blanco, terminó roto y lleno de sangre, yo con la cabeza partida al igual que mis sueños y mi alegría; ese día frio y nublado de octubre había nublado y enfriado mi corazón.

Aun sin decir nada a los que estaban fuera de mi habitación en el corre corre normal de un domingo en la mañana en la casa de una familia cristiana promedio y pese al golpe que me había dado, me puse de pie frente al espejo y me di cuenta, lo supe inmediatamente,  no estaba bailando con la más fea, la más fea era yo. No sé por qué no lo había notado antes, todas mis amigas tenían novio o habían salido con algún chico de la iglesia, siempre a alguna de mis amigas alguien le enviaba flores o cartas, poemas, chocolates. Yo no había recibido nada, nunca, ni para el 14 de febrero o cualquier otra fecha donde se celebre el amor. Nunca había sido seleccionada para representar a mi curso en un certamen de belleza, nunca había sobresalido de ninguna forma, solo cuando cantaba en los servicios dominicales me sentía parte de algo, me sentía aceptada y hasta linda.

Algo tenía que hacer para cambiar eso, no puedo decirte que tomé las mejores decisiones y eso querido amigo, si me hizo bailar con la más fea.

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