Ir al contenido principal

Antes de Chocar.


El día que te conocí es imposible de describir, cálido y frío, nublado pero soleado, quieto y a la vez estresante, confortable e inquietante. Así eres Tu, así de intrigante, así de fuerte, así de extraño, sin embargo así de perfecto, tanta osadía resulta de intentar hacer que mis teclas lo expliquen, pero así fue conocerte.
Han pasado muchas lunas y muchos ocasos han terminado irremediablemente en la oscuridad de la noche, muchas gotas de lluvia han caído desde entonces y quizás no haya caído ninguna; aunque apenas fue hace un instante o una eternidad tal vez, pero sencillamente es una porción de tiempo que solo puede ser medida por tu mano, tu mano que me recibió cuando descendía por la oscuridad de mi propio orgullo, en la vanidad de mis propias decisiones, en el lodazal de mi pecado y mi propia opinión.
Así llegué a ti, sucio, terco e inicuo; descendiendo desde lo más insondable de mi transgresión a lo mas profundo de la oscuridad que me rodeaba, que era tan mía como los harapos que cubrían mi  cuerpo desnudo, como la imperfección que caracteriza a los que como yo, han llegado al límite de su Omisión y no tuvieron mas opción que caer. Y no fue una caída simple, porque caí, así es, caí en contra de lo que fui, en contra de lo que se esperaba de mi y violando todos los preceptos con los que fui engendrado y formado, se que me viste desde el principio, pues cuando mis células se empezaron a juntar lo hicieron porque fuiste Tu Mismo quien dio la autorización, y aunque sabías que iba a caer, dejaste que todas ellas se conocieran en un eterno va y ven de detalles y preciosas coincidencias orquestadas por tu mano, desde el atril de la de la Eternidad y con la batuta de tu soberanía. 
¿Mi caída? Pues si, tengo que volver allí, como cada vez que me siento a reflexionar sobre mi vida, sobre lo que he hecho, sobre lo que fui, tengo que volver allí, para no olvidar de donde me sacaste; ojalá pudiera cerrar los ojos y olvidar el terror que sentí cuando ya no existía firmeza en mis pasos, cuando ya no te sentí, cuando me dí cuenta que pensaba que lo me podía salvar, simplemente me había matado, me estaba secando y cual asesino cruel, esperaba al asecho el momento de mi debilidad para atacar.

Sé que lo sabes todo y hasta sabes lo que significa caer, aunque tu no hayas caído, se que lo sabes y lo demostraste ese día, ese día de lluvia y calor, de frío y claridad, en el que te conocí.
Ya no podía caer mas, había subido lo suficiente y estaba descendiendo a una velocidad que solo Tu eres capaz de medir, los resultados de mi aterrizaje serían fatales, ya todo estaba escrito; hasta que choqué, y no de la forma que esperaba, se sentían como pétalos de rosas que recorrían las partes más recónditas de mi alma, como motas de algodón que aminoraron mi paso de una manera drástica y sobrenatural; como era de esperarse mis ojos estaban cerrados, debido a que me aguardaba un impacto fatal, no tenía ninguna esperanza de sobrevivir, pero al sentirme rodeado de tanta suavidad y sutileza , decidí abrir mis ojos lentamente. Todavía puedo recordar lo que vi y estoy seguro que era real, así se sentía, así se veía y así era, pero nunca había visto nada parecido a ese color, ese color que en la oscuridad más siniestra, brillaba como brilla un faro en medio de la penumbra de la noche, ese color que suena como suena el conticinio en una noche silente, ese color que cual presteza del ocaso me hacía recordar las historias de mi infancia. Era rojo, el rojo mas blanco que he visto jamas, el rojo de tu sangre entregada para propiciar mis faltas, el rojo con el que en ese momento escribiste mi nombre en el libro de los vivientes; Un rojo que  iluminó mi oscuridad, que iluminó mi pasado y que iluminó mi camino dándome vida.

Hoy ya no caigo más, esa caída quedó clavada en la eternidad, clavada con clavos de vergüenza y traspasada con la lanza de mi indiferencia, pero ya no más, porque hiciste nuevas todas las cosas y ahora ya no caigo, ni caeré jamás, ahora camino, lenta y apaciblemente a tu lado, despacio y con tranquilidad, con la seguridad que me llevas por lugares delicados y que tu amor me atrapa para nunca soltarme, ¿Cómo estoy tan seguro? Me lo dicen tus manos, traspasadas, laceradas y lastimadas por mi,  manos que sufrieron mi culpa, manos que cuando caía, cual motas de algodón sanaron mis heridas y me levantaron, levantándome de mi vergüenza, levantando mi espíritu y levantando mi vida que no tenía ningún valor para hacerme acepto, digno, merecedor de tu regreso, uno que espero con ansias, con anhelo, y con deseo  y sé que no tardará; porque te conocí sé que vendrás por mi para hacerme disfrutar de todo lo que me prometiste.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Amar.

Hablemos de verdades, nada hay mas cierto que el sol sale todos los días, como nos enseñaron en la escuela, sale por el este, pero al igual que sale cada día, también se oculta y da lugar a una penumbra conocida como noche, donde la que reina (Ademas de la oscuridad) es la luna, a veces enorme y señorial, otras veces pálida y raquítica, pero siempre en alto, arriba, inalcanzable; tal como mis pensamientos, que se esconden en la penumbra de mi propio lamento, en la oscuridad de mis deseos inconclusos y en la opacidad de mis sueños inalcanzables. Cada palabra que se cruza galopante por mi mente, deja una estela que se convierte en  constelaciones y hasta galaxias eternas y a la vez efímeras,  dando paso a una nueva, ya sea una idea, un pensamiento o simplemente una palabra; una de mis favoritas es la palabra amar; pero ésto no ocurre siempre, me pasa sobre todo en la noche, cuando todo está en silencio y bajo la luz de la luna siendo mi única cómplice, tu duermes justo a mi lado

Todo Empieza con un llamado

Jamás me imaginé que alguien me estaba llamando (O siquiera que había sido llamado para algo), estuve en la iglesia desde siempre, desde que me acuerdo había que presentarse cada domingo bien arreglado, bien portado y con una sonrisa al culto. Requisito indispensable era siempre saludar y sonreír a todos los que me dieran su bendición. Siendo un niño, los mejores recuerdos los tengo de mí mismo sentado en algún banco de mi iglesia o en la silla de la escuela dominical. En ese punto lo único que existía era mi inocencia infantil y un concepto de Dios que empezaba a crecer. Poco a poco fui entendiendo que Dios nos escuchaba y que le interesaba lo que sentíamos, que Dios esperaba por nosotros, esperaba que le buscáramos. Cada vez que escuchaba: “Yo sé que Él vive, pues lo veo en la risa de un niño cuando voy pasando”, anhelaba ser ese niño que en su sonrisa reflejara la sonrisa de un Dios vivo. Crecer en una iglesia donde todo el mundo cantaba (No te hablo de cantantes cor