Ir al contenido principal

Un pequeño secreto.








Hagamos un ejercicio, ¿cuál es la típica oración de un niño? 

¿Qué es lo primero que aprendemos en nuestra infancia a decir en oraciones? 

Probablemente alguna cosa muy repetitiva y corta. ¿Verdad?

Es cierto que de niños no sabíamos orar; o ¿estoy errado?

Creo qué deberíamos continuar....

Aquí les tengo otra pregunta: ¿Habrá algo más sincero que la oración de un niño?

Tenía exactamente 4 años y se estaba jugando el mundial de fútbol en Italia (1994) y aún recuerdo cuando todos sentados a la mesa me entregaron la responsabilidad de realizar una oración (Corta y sencilla) por los alimentos; habíamos vuelto de la iglesia y era un poco tarde así que todos teníamos hambre.

Sería irresponsable de mi parte haber hecho una oración larga, pero vamos, tenía 4 años y de solo pensar que debía cerrar mis ojos y dirigir mis palabras al Rey de Reyes y Señor de Señores, un gran nudo se posaba en mi pequeña garganta; ciertamente después de unos pocos segundos en silencio y posterior a un pequeño suspiro, empecé; los detalles de la oración no los recuerdo, pero sí puedo decirte que fue muy larga, cada cosa que venía a mi mente la decía porque no quería que se me escapara algo para decírselo al Señor; así que dentro de mí se estaban desarrollando innumerables procesos de pensamiento, mientras buscaba las palabras más lindas que conocía para dirigirme a Dios.

De esa forma, hasta oré por las personas que estaban jugando un partido de fútbol al otro lado del mundo; aunque no tenía idea de qué se trataba eso que se veía por televisión, oré también  por las personas que recogían la basura en un camión cada dos días en el frente de mi casa, por mi maestra, por mis vecinos, mi mascota y mis hermanos mayores; Sin lugar a dudas no hay nada más puro que la oración de un niño.

Para mí, orar no era algo trivial; era importante y hasta agotador. Muchas veces no encontraba las palabras para expresar lo que quería decir y en verdad eso era muy frustrante. Pero como la vida no se detiene, seguí creciendo (y vaya que crecí mucho) empecé a conocer lo atareado que es ser grande y lo duro que son las responsabilidades de un joven. Paulatinamente  mi vida se transformaría en un afán de tareas, cuadernos, libros y cálculos.

Es importante decir que desde muy joven anhelaba participar del ministerio musical de nuestra iglesia, mis hermanos ya formaban parte del mismo; pero yo, siempre fui “Muy pequeño” para tocar.

La música era un refugio, siempre que estaba atareado o estresado, iba a mi piano y me sentaba a dedicar algunos acordes al Señor; siempre estuve consiente que Dios me escuchaba y que amaba que yo me sentara al piano. Los acordes salían solos, la música fluía por mis manos como fluye el agua fresca por un rió en las mañanas y poco a poco, esa pasión se empezó a notar; ¿qué había en ese jovencito que no tenían otros? ¿Por qué la presencia de Dios descendía de tal manera cuando él tocaba el piano? Sin lugar a Dudas esas preguntas estaban presentes en las mentes de los “grandes” que estaban a mi alrededor y yo sabía la respuesta; pero era un secreto, un pequeño secreto entre Dios y yo, un pequeño espacio de mi día donde dejaba de hacer cualquier cosa y me dedicaba a contarle mis sueños a mi padre, mi secreto era simple y estaba al alcance de todos, solo que; desde mi mente de niño, no me daba cuenta que era una herramienta y una estrategia poderosísima en el ámbito espiritual, y así fue como se inició mi ministerio; mi conciencia de Dios fue aumentando poco a poco, mi concepto de Dios fue pulido y ya no necesitaba buscar las palabras más prolijas para comunicarme con Él; eran las pláticas de un Hijo hacia su padre, eran conversaciones en confianza como lo son las pláticas entre amigos y debo decir que hasta hoy no conozco algo mejor.

En algún momento de mi vida tuve un profesor que me decía que, los "Peros de la vida", enriquecían nuestras experiencias, los peros de las historias añaden valor a lo que estas contando; si dejara mi pluma hasta aquí y terminara mi relato, quizás sería demasiado plano y todos pensarían que siempre he sido perfecto, demasiado Santo y que pese a mis experiencias, no tengo mucho que decir; sin embargo, en mi vida también apareció un pero, uno inesperado, repentino y truculento.

Los años siguieron su curso y con ellos mi afán por llevar una vida “normal”, deseaba ser aceptado y poder hacer lo mismo que hacían otros, quería tener amigos, novia, salir a pasear, hablar de temas triviales y reír como todos. En ese momento pensaba que lo único que necesitaba era ser un joven común y corriente, creía que a mi vida le faltaba algún condimento, no me sentía completo ni me sentía conforme  y no saben cuan equivocado estaba.

Sin darme cuenta había empezado a hacer lo que hacen todos (y no me refiero a lo que estás pensando), lo que quiero decir es que abandoné mi secreto, dejé plantado a Dios cientos de veces, no volví a asistir a nuestra cita y esa lejanía me hacía sentir que estaba viviendo una vida sin sentido, Y SE EMPEZÓ A NOTAR…

La universidad me absorbía de tal manera que en ocasiones llegaba a mi casa y solo podía cerrar los ojos, para darme cuenta que ya estaba sonando nuevamente el despertador avisando que era hora de iniciar una nueva jornada; sé que te puedes identificar con lo que digo, no había superado el día anterior y ya era hora de enfrentar uno nuevo, nuevos retos, nuevas tareas, nuevos objetivos en mi vida universitaria y ni un ápice de fuerza. Realmente las palabras que pueda decirte no son suficientes para describir la realidad de esos días, había tanto que hacer, tantas responsabilidades y no había suficiente tiempo ni suficientes fuerzas.

Corría uno de los semestres intermedios de mi carrera, uno de esos cuando tienes más ganas de abandonar que de continuar nadando contra la corriente, cuando tu instinto de protección te hace mirar hacia la orilla y querer llegar allí para poder salvar la vida, cuando te sientes más cargado y agobiado, a punto de ahogarte, y en mi congregación decidieron hacer un concierto de navidad, yo continuaba tocando cada vez que podía, pero para esta actividad en particular, sería requerida mi presencia pues el resto de los músicos que podían tocar el piano estarían fuera de la ciudad para las fiestas.

Asistir a los ensayos de ese concierto navideño era peor que ir arrastrando un grillete pegado con cadenas a mi pierna, no solo era la falta de fuerzas, sino que ya era una molestia estar allí. Mi rostro era un reflejo de todo el malestar que me ocasionaba tener que ir a ensayar, creo que reflejaba aun mas que eso, en mi rostro se podía leer la distancia, el olvido y la frialdad de mi relación con Dios, no era ya un reflejo, sino que era una  tenue señal, como si de millones de kilómetros de distancia se tratara la separación que existía entre Dios y yo; Y entonces sucedió, una persona muy especial, que me vio crecer dentro de la iglesia y que en silencio oraba por mí y observaba lo que estaba pasando me dijo: “No dejes de orar, porque cuando lo haces….” Hubo un silencio de pocos segundos que parecieron milenios… Luego continuó casi susurrando a mi oído “Cuando dejas de orar, Se te nota”.

No presté mucha atención a lo que me dijo, me pareció que su comentario estaba fuera de lugar (Se suponía que yo llevaba una vida perfecta, ungida y de la mano de Dios, Nadie podría darse cuenta que tenía meses que no iba a la presencia de Dios y quizás años que no escuchaba la voz de mi Padre) pero en el momento no pensé más en ello, tenía un ensayo por delante.

No fue sino hasta que llegue a casa, después de cenar y de alistarme para dormir que justo en el momento cuando cerré mis ojos, ese susurro retumbó en mis oídos, en mi mente y en mi corazón, “Se te nota”, se nota que estas lejos de Mí, se nota que hace meses que no me hablas, se nota que ya no eres el mismo en el piano, porque te falto Yo; era el mismísimo Gran Yo soy Hablando conmigo, tal como lo hizo con Moisés cuando le dijo mi nombre es Yo SOY EL QUE SOY, así mismo, en primera persona  y con toda la intención de hacerme entrar en razón en ese preciso momento. Entendí pues, que todo este tiempo, el Señor asistió puntual a nuestra cita y yo no puse importancia a nuestro antiguo secreto, pude alcanzar niveles inimaginables, al punto de convertirme en Amigo de Dios como lo hizo el patriarca, pero preferí hacerme más amigo del mundo y sacrificar lo Importante en el altar de las tareas y las calificaciones, clavé a Jesús con el martillo de mi indiferencia en la cruz del olvido, me importaba más lo que dijeran mis “Amigos” que lo que podía decirme el Señor a través de su palabra. Y lloré, interminables  lágrimas empezaron a correr por mis mejillas y fue algo que no podía contener y que tampoco quería detener, eran como las fuentes de los cielos abiertas en mis ojos; darme cuenta que había decepcionado a mi amigo, que lo había abandonado y que había rechazado su presencia, me hizo sentir como pedro el día que le negó.

Pasé unos minutos en silencio sin buscar contener mis lágrimas. Hasta ese momento no había podido dirigir mí palabra a Dios; aunque Él estaba allí en silencio observándolo todo.

Mi mente estaba llena de recuerdos del pasado, se llenó de pensamientos sobre lo que pasaba cuando buscaba al Señor en privado, Recordé lo que se sentía buscar al maestro en secreto y recibir una recompensa pública, así que,  Antes de pensar si quiera en volver a hablarle, medité por unos minutos en cómo se sentiría el apóstol Pedro cuando negó al Señor, en especial cuando él se dio cuenta de lo que había hecho (Porque hasta ahora me daba cuenta del error que había cometido) y recordaba que en la historia, cuando Pedro escucha el gallo cantar y se da cuenta de lo que había hecho, dice textualmente la Biblia: “Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente (Mateo 25:75).

No sabes cuánto me identifiqué con el Apóstol Pedro, pero en mi caso, decidí hacer lo mismo que hizo el apóstol, solo que no esperé a escuchar su pregunta y con mucha vergüenza mis primeras palabras después de tanto tiempo fueron: “Te amo Señor, no tengo que decírtelo, tú lo sabes todo y sabes que te amo”. No me atreví a decir nada más y con temor esperé una reprensión de mi maestro que también era mi amigo, el cual sólo dijo con voz tierna y cargada de Misericordia, al igual que lo hizo con Pedro Luego del célebre "Apacienta a mis Ovejas" (Juan 21:17) Dijo: entonces "Sígueme" (Juan 17:19).

Comentarios

Entradas populares de este blog

Amar.

Hablemos de verdades, nada hay mas cierto que el sol sale todos los días, como nos enseñaron en la escuela, sale por el este, pero al igual que sale cada día, también se oculta y da lugar a una penumbra conocida como noche, donde la que reina (Ademas de la oscuridad) es la luna, a veces enorme y señorial, otras veces pálida y raquítica, pero siempre en alto, arriba, inalcanzable; tal como mis pensamientos, que se esconden en la penumbra de mi propio lamento, en la oscuridad de mis deseos inconclusos y en la opacidad de mis sueños inalcanzables. Cada palabra que se cruza galopante por mi mente, deja una estela que se convierte en  constelaciones y hasta galaxias eternas y a la vez efímeras,  dando paso a una nueva, ya sea una idea, un pensamiento o simplemente una palabra; una de mis favoritas es la palabra amar; pero ésto no ocurre siempre, me pasa sobre todo en la noche, cuando todo está en silencio y bajo la luz de la luna siendo mi única cómplice, tu duermes justo a mi lado

Antes de Chocar.

El día que te conocí es imposible de describir, cálido y frío, nublado pero soleado, quieto y a la vez estresante, confortable e inquietante. Así eres Tu, así de intrigante, así de fuerte, así de extraño, sin embargo así de perfecto, tanta osadía resulta de intentar hacer que mis teclas lo expliquen, pero así fue conocerte. Han pasado muchas lunas y muchos ocasos han terminado irremediablemente en la oscuridad de la noche, muchas gotas de lluvia han caído desde entonces y quizás no haya caído ninguna; aunque apenas fue hace un instante o una eternidad tal vez, pero sencillamente es una porción de tiempo que solo puede ser medida por tu mano, tu mano que me recibió cuando descendía por la oscuridad de mi propio orgullo, en la vanidad de mis propias decisiones, en el lodazal de mi pecado y mi propia opinión. Así llegué a ti, sucio, terco e inicuo; descendiendo desde lo más insondable de mi transgresión a lo mas profundo de la oscuridad que me rodeaba, que era tan mía como los h

Todo Empieza con un llamado

Jamás me imaginé que alguien me estaba llamando (O siquiera que había sido llamado para algo), estuve en la iglesia desde siempre, desde que me acuerdo había que presentarse cada domingo bien arreglado, bien portado y con una sonrisa al culto. Requisito indispensable era siempre saludar y sonreír a todos los que me dieran su bendición. Siendo un niño, los mejores recuerdos los tengo de mí mismo sentado en algún banco de mi iglesia o en la silla de la escuela dominical. En ese punto lo único que existía era mi inocencia infantil y un concepto de Dios que empezaba a crecer. Poco a poco fui entendiendo que Dios nos escuchaba y que le interesaba lo que sentíamos, que Dios esperaba por nosotros, esperaba que le buscáramos. Cada vez que escuchaba: “Yo sé que Él vive, pues lo veo en la risa de un niño cuando voy pasando”, anhelaba ser ese niño que en su sonrisa reflejara la sonrisa de un Dios vivo. Crecer en una iglesia donde todo el mundo cantaba (No te hablo de cantantes cor