Jamás me imaginé que alguien me estaba llamando (O siquiera
que había sido llamado para algo), estuve en la iglesia desde siempre, desde
que me acuerdo había que presentarse cada domingo bien arreglado, bien portado
y con una sonrisa al culto. Requisito indispensable era siempre saludar y
sonreír a todos los que me dieran su bendición. Siendo un niño, los mejores
recuerdos los tengo de mí mismo sentado en algún banco de mi iglesia o en la
silla de la escuela dominical.
En ese punto lo único que existía era mi inocencia infantil y
un concepto de Dios que empezaba a crecer. Poco a poco fui entendiendo que Dios
nos escuchaba y que le interesaba lo que sentíamos, que Dios esperaba por
nosotros, esperaba que le buscáramos.
Cada vez que escuchaba: “Yo sé que Él vive, pues lo veo en la
risa de un niño cuando voy pasando”, anhelaba ser ese niño que en su sonrisa
reflejara la sonrisa de un Dios vivo.
Crecer en una iglesia donde todo el mundo cantaba (No te
hablo de cantantes corrientes, todos eran extraordinarios) fue una
experiencia hermosa que me hizo amar la música desde muy joven; rodeado de
corales, himnarios y canciones que alimentaban el espíritu, llegó a mi vida un instrumento musical, de la mano de mi padre que, además de director de
culto, también era músico.
Nunca voy a olvidar el primer día que sujeté ese instrumento y lo que pensé al escuchar la explicación de lo que debía
hacer, -esto es algo imposible- dije con mi vocecita de parvulario; mientras
forzaba mis dedos para colocar la digitación que me estaba enseñando mi padre;
quien ahora además sería mi maestro.
Con el pasar de los años, lo que al principio me pareció
imposible, era algo que hacía todos los días y muchas veces dentro de la
iglesia. Los planes de Dios me llevaron a otro lugar, una iglesia más pequeña y
donde no había músicos. Como seguramente les ha pasado a muchos de ustedes,
empecé a tocar empujado por la necesidad
existente en ese momento en mi pequeña congregación, no había otro que lo
hiciera y lo más lógico era que yo lo hiciera (aunque todavía era un jovencito).
Sin lugar a dudas y
casi sin darme cuenta, había iniciado mi ministerio. Ya no se trataba de
aquel niño que en las noches antes de dormir le decía a su Señor en silencio: “Te cantaré una canción que nadie te haya cantado jamás”; ahora se trataba de
guiar a un cuerpo, llevar a una congregación delante del trono de Dios y
propiciar el ambiente para que las personas presentes pudieran entregar sus
cargas a Dios, para que todos entregaran junto conmigo su mejor adoración en dos horas y treinta minutos de servicio dominical; !Así es! No había ninguna duda,
Dios me había llamado; sin embargo yo
aún estaba lejos de entender eso.
Tengo que ser honesto; llegó un momento en que más que un
honor, participar de los servicios era una carga. No sentía ninguna motivación
ni deseo de dirigir o tocar la música. Mi problema no fue que deseaba que todos
me vieran, no quería figurar, no me interesaba ser visto. Yo solo quería que
otro lo hiciera por mí, todo eso pensaba y sentía hasta que tocaba la primera
nota, después de allí todo cambiaba. Muchas veces dentro de la misma
ministración le pedía perdón a Dios porque sabía que no tenía la mejor actitud
y la verdad es que no tenía idea de cómo luchar en contra de eso.
Definitivamente no me había dado cuenta que existía un llamado de Dios hacia mí
y que simplemente tenía que abrazarlo y dejar que su manto me cubriera por
completo, luego cualquier necesidad y cualquier situación sería solventada por Él.
Pasaron muchos años y nada cambió, para mí el ministerio
musical en la iglesia era más un Hobby (o una costumbre) que una responsabilidad
que Dios había entregado en mis manos; así que voluntariamente decidí alejarme, no de la iglesia, era demasiado cristiano como para hacer eso, decidí alejarme
de los atriles, de las partituras y los acordes, decidí alejarme de los altares
y de las canciones, decidí convertirme en espectador y “Dejarme Ministrar”
dar a otros la responsabilidad de tener que hacer un programa y la
oportunidad de Servir en este ministerio tan hermoso. Esos eran pensamientos
con los que trataba de justificar las razones
por las cuales ya no ejecutaba la música en la Iglesia; sin embargo algo
dentro de mí se había roto, me había quebrado, no era la misma persona y aunque
luchaba contra eso (Por mi orgullo) en algún momento de mi vida entendí que lo
que sentían mis manos al escuchar la música de la iglesia y lo que sentía mi
corazón al escuchar un error en la ministración, en los tonos o a alguien
desafinar, no era mi persona, era algo que estaba dentro de mí, una Zarza que
ardía en mi interior, una voz que susurraba mi nombre y con un tono delicado y que con palabras tiernas me decía: "tu lugar es conmigo, no sabes cuánto extraño
escucharte, yo te formé para que me adoraras, no luches más contra este don que
te he dado, no quiero dárselo a nadie más, pues es tuyo, tu eres mi hijo y te amo".
Me sentí como el Hijo prodigo volviendo a casa y abrazando a
su padre nuevamente; el día que decidí dejar mi orgullo atrás y volver al
ministerio cantando “Solo Tu Gracias me ha Sostenido” Ese día fue marcado con rojo en
el calendario de mi vida, rojo como la pasión que hay dentro de mí por servir
al Señor, rojo como su Sangre que fue derramada para remisión de mis pecados y
para cubrir todas mis faltas; así es querido lector, yo también soy un hijo que
se había ido y ha regresado, uno que había muerto pero que ahora está vivo;
aunque nunca me había ido de casa, había terminado comiendo de mi orgullo, y su
sabor era peor que las algarrobas que comían los cerdos.
Conocí una nueva faceta de Dios, un Dios que me ama a pesar
de mis errores y malas decisiones, que me ama a pesar de mi pecado y
aunque por razones de orgullo; o de lo que sea, termine arrinconado comiendo la comida de los cerdos, en ése y cualquier escenario ahora puedo decir con total confianza y seguridad que: "su
amor es incuestionable".
Ahora tengo ropas nuevas, y hasta un anillo ha puesto en mi
dedo; Dios ha llenado mi vida con nuevos dones, me ha dado experiencias que
antes eran simples sueños para mí. Aunque sigo luchando con mi orgullo, entendí
que mi llamado es Irrenunciable, que fue Dios quien me llamó para servirle; ¿A donde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia? Salmos 139:7, Cuanto sentido tienen esas palabras para mí ahora; comprendí que no hay un lugar fuera o dentro de mí que me sirva para esconderme
de Dios y de Su plan, así que decidí empezar de nuevo y aprendí que mi Fe es
suficiente, y Venceré.
¡¡¡Gloria a Dios!!!
ResponderEliminar¡¡¡Gloria a Dios!!!
ResponderEliminarDios te bendiga Anthony!
ResponderEliminarDios te bendiga Anthony!
ResponderEliminar¡Cuanta satisfacción produce el saber que quienes más amamos, han tomado la decisión de servir a Cristo con los dones que él les ha otorgado. Excelente testimonio, sigue adelante, Antony... no hay mejor decisión en nuestras vidas que servir al Dios vivo y verdadero... la recompensa está en los cielos!
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